

Quisiera escribir sobre “colores”, sobre el color en la poesía y sobre la relación entre color, “belleza” y “verdad”.
Lo poco y nada que escribí fue a parar a la papelera y seguirá allí porque quería demasiado. Quería crear una relación violenta entre todas las experiencias posibles que he tenido las dos últimas semanas con las lecturas de Reznikoff, Stevenson y las pinturas de Christian Rothmann. donde se me aparecen los ojos verdes de mi historia reciente y los ojos verdes de mi madre. Quizá debiera definir los “colores de la poesía” simplemente como los “momentos de la verdad y la belleza”.
Pero bueno, como siempre ocurre cuando quieres probar algo en lugar de limitarte a descubrirlo, la prueba se convierte en el fin absoluto y lo que se describe se ve aplastado por la contundencia de la prueba.
Borrón y cuenta nueva.
Me gustan los colores, pero como más me gustan es en forma de cajas de acuarelas nuevas, surtidos de lápices de colores sin usar, tablas de colores de fabricantes de óleos o muestras de colores de los catálogos de fabricantes de alfombras, telas, papel mural o automóviles. Puedo pasarme horas mirando vitrinas de papelerías o de tiendas de productos de bellas artes y admirar la enorme variedad de pinturas al óleo, ceras, tizas y colores acrílicos. Y no porque sea un pintor frustrado (lo soy, admitámoslo), sino porque me gusta el color como posibilidad, como posibilidad de vida, como algo que espera ser probado, utilizado, clasificado. En los colores, en todos estos surtidos de colores de todo tipo, está latente la idea de “jugar” y, nuevamente, un concepto de libertad distinto, aún más manifiesto y placentero. Y cuando, a veces, en momentos de debilidad, acabo comprando cajas de acuarelas, destacadores o el surtido de tinta china, el mayor de los placeres consiste en delimitar precisamente el campo de acción que abren estos colores: sobre una hoja de papel en blanco, con las acuarelas hago una mancha de cada color disponible, creo los ojos que vi, que me vieron y no puedo tener, esos ojos de colores claros en los bordes y espesos en el centro y, con los lápices de colores, pinto superficies, cuidadosamente, una junto a otra. En ocasiones, si hay muchos colores parecidos, escribo el nombre debajo de cada uno. Debo confesar que disfruto de sobremanera haciéndolo.
¿Qué significa todo esto? Tampoco lo sé. Precisamente ahora intento descubrirlo.