58. Mamá trató


Sea como sea, manejar por una ruta cualquiera, bajo el paralelo 45º, con pensamientos que te cruzan como rayos u otros que permanecen obsesivos, es un placer estático comparable quizá a aquellos momentos en que el silencio nos encuentra cara a cara. Más que suspenso o expectación, desasosiego y ansiedad, la atención se ahonda y nos impulsa a una mayor participación en aquello que nos da vida, crear palabras y crear silencios y navegar con rumbo sur a través de ese infratexto, fumar un cigarrillo y escuchar por los parlantes alguna vieja canción de Merle Haggard, puede dar resultado al momento de engañarnos y creer que podemos abolir la soledad.
Rimbaud, antes de su sacrificio, escribía “yo escribo silencios, noches, yo anoto lo inexpresable, yo clavo vértigos”.
Agazapado en un nido de silencio, hay un grito exasperado y convulso, un grito mudo, como el de aquel joven de 20 años que es condenado a 15 años de prisión y que años más tarde se transformaría en leyenda.
Merle Haggard fue uno de esos afortunados que vio gratis a Johnny Cash, cantando en la Prisión Federal de San Quintín. Cuando ya era famoso, se lo encontró y le dijo que le habían gustado mucho sus conciertos en la cárcel. “Merle, no recuerdo haberte visto en esos shows“, le dijo Johnny. “Es que estaba en el público”, respondió Merle.
Tipo rudo, de pocas palabras, sus canciones fueron rechazadas por todos los sectores, incluso por los pacíficos hippies, los mariguaneros buena onda, los amorosos. Sólo escuchen “Okie From Muskogee”.Un Okie es alguien de Oklahoma. Y Muskogee es un pueblo de ese estado. Un fragmento de la canción dice así:

En Muskogee no fumamos mariguana;
no hacemos nuestros viajes en LSD,
no quemamos nuestras cartillas de reclutamiento en la Calle Principal;
nos gusta vivir correctamente y ser libres.
Estoy orgulloso de ser un Okie de Muskogee,
un lugar donde hasta la gente cuadrada se puede divertir;
todavía ondeamos la bandera en el palacio de justicia
y el relámpago es aún lo que nos da más emoción.
No convertimos al amor en una fiesta;
nos gusta tomarnos de las manos y cortejar;
no traemos el pelo largo y despeinado
como hacen los hippies de San Francisco…

Nació en 1937 y desde los nueve años se la pasó entrando y saliendo de tribunales de menores y correccionales, hasta que acabó en la Prisión Federal de San Quintín.
En 1960, el entonces gobernador de California, Ronald Reagan, le otorgó el perdón. Por fin era libre y jamás regresaría a prisión.

Cuando muera esta semana, se celebrará en todo Chile el día de la Madre. En mi caso la llamaré y saludaré como corresponde, ya que estoy a 1400 km de distancia.Y en la radio pondré un fragmento de “Mama Tried” una de las más bellas canciones de Merle Haggard, reconocido por sus pares como “el poeta del hombre común”. Ni la muerte ni el silencio dan un descanso exacto, quizá solo detenerse a escuchar una canción de Haggard y sentir a una muchedumbre que avanza –y en la cual voy-, con los labios apretados, me haga respirar en paz y continuar renovado, mi viaje.

Mamá trató

El primer recuerdo de mi vida
es el resoplar de un silbato solitario
y el sueño infantil de crecer y cabalgar
en un tren de carga alejándose del pueblo
sin saber adonde voy.

Nadie pudo hacerme cambiar de opinión, pero mamá trató.

Hijo único y rebelde,
de una familia humilde y apacible,
mi mamá parecía saber lo que iba a pasar.

A pesar del catecismo los domingos,
siguió mi inclinación a la maldad.
Hasta que mamá no pudo hacer nada más.

Mi mayoría de edad llegó condenado a cadena perpetua.
Nadie pudo corregirme, pero mamá trató, mamá trató.
Mamá trató de criarme mejor, pero desoí sus ruegos.

Toda la culpa la tengo yo, pues mamá trató.
Mi amado padre, Dios lo tenga en su gloria,
le dejó a mamá una pesada carga;
ella trató de llenar sus zapatos lo mejor que pudo,
trabajando por horas sin descanso
para que a mí nada me faltara.

Trató de educarme mejor, pero yo me negué.
Así que mi mayoría de edad llegó condenado a cadena perpetua.
Nadie pudo corregirme, pero mamá trató, mamá trató.

Mamá trató de criarme mejor, pero desoí sus ruegos.
Toda la culpa la tengo yo, pues mamá trató.