36. Breve novela de amor II

Mr. Poley

Cuando ella estaba junto a mi y juntos sufríamos, mi desgarro, mis lágrimas, tenían sentido. Ella podía verlos. Cuando se iba, ese sufrimiento era yermo y sin porvenir. El verdadero sufrimiento es el que se padece en vano. Sufrir junto a ella era una deliciosa felicidad. Pero el sufrimiento solitario e ignorado, es la copa que se me ofrece sin tregua, que obstinadamente trato de apartar de mí y que sin embargo tendré que beber algún día y aquel día será más terrible que el de la muerte.


Mrs. Poley

Siempre la misma desesperanza ante el futuro. Todas esas palabras que pronuncia, casi agónicamente en la intimidad, se suman a la muchedumbre abismal de palabras perdidas que nadie conocerá nunca y que sólo yo a ratos pongo atención. Al lado de este tropel de palabras, las que me transmite en forma desgarradora son sólo un par de gotas perdidas en el océano.

35. Los ríos, los parques, la danza




Dejé París hace unos días. Ese abandono no impide la existencia de un significado. Describir en todo su detalle no ha de ser ciertamente imposible. Pero harían falta tantas palabras, tantos flujos de sílabas, frases y cláusulas subordinadas, que las palabras se arrastrarían siempre a su merced de lo que sucede en mi, y mucho después de que todo movimiento hubiera cesado y cada uno de nosotros, los únicos testigos, nos hubieramos dispersado. Queda para mi, el leve recuerdo de su imagen en París, junto a los ríos, los parques y la danza. Y el deseo de nombrar las cosas de la manera más sencilla. No ir tan lejos de lo que se encuentra ante mi. Comenzar, por ejemplo, con este paisaje: los ríos, los parques y la danza. O incluso, adevertir las cosas más cercanas, como si en el diminuto mundo que hay ante mis ojos pudiera encontrar una imagen de la vida que existe más alla de mi, como si en cierto modo no comprendiera que cada cosa en mi vida está conectada a otras cosas, que a su vez me conectan con la totalidad del mundo, con un río, con un parque, con una danza, con la infinitud del mundo que se alza en mi mente, tan letal e imcomprensible como el propio deseo.
Dejé París hace unos días. A menudo es necesario no nombrar aquello de lo que hablamos y morir a ratos sin comprender las muchas muertes que suceden ante nosotros. Desear cosas que jamás han sucedido y permanecer en el dominio del ojo desnudo. Dejé los parques, los ríos y la danza y la imposibilidad de encontrar una palabra igual a sus pasos, su risa y sus ojos, una palabra igual al silencio que dejó en mi interior.